jueves, 13 de agosto de 2015

4 Razones para rezar el rosario

Matrimonio: Cómo el amor humano se hace divino

Si vivimos cerca de Dios, de la fuente de vida, tenemos una luz diferente

Couple kissing under umbrella at the beach in sunset © Masson / Shutterstock_
La vocación matrimonial es una aventura de largo recorrido. Tan largo que nos lleva a la vida eterna. Dios nos ha soñado juntos para siempre y no nos deja solos en el camino, nos acompaña en cada paso para que vayamos construyendo nuestra vida sobre la roca de la fidelidad, sobre su propia roca.
 
Queremos descubrir ese sueño que Dios sueña con nosotros. Queremos saber cuál es el rasgo de Cristo y de María que estamos llamados a encarnar en esta tierra como matrimonio.
 
Cuando nos casamos todo se viste de esperanza. Muchos matrimonios al comenzar piensan que nada es tan difícil como otros les han dicho. Creen que los temores que otros tienen en ellos no se van a dar.
 
El amor primero está en su momento de mayor alegría y entusiasmo. Todo parece fácil. Incluso los defectos del otro nos hacen gracia. Nos reímos de nuestras propias torpezas. Las debilidades de la persona amada nos enamoran más todavía.
 
Nos miramos y nos conmovemos con la belleza del otro. Soñamos con las altas cumbres, y confiamos en vencer la mediocridad de una vida sin altura. Aspiramos a lo máximo, no tenemos miedo al esfuerzo.
 
Al comienzo nuestra vida juntos suele ser un paseo cómodo y placentero. Muchas veces les digo a los novios que ojalá, al celebrar sus bodas de plata o de oro, puedan decir que se aman más que ese día de su boda.
 
Que su amor sea más hondo y sincero con el paso de los años. Que hayan sabido sufrir juntos y las heridas los hayan hechos más capaces para el amor. Que su amor sea más de Dios, menos ingenuo, más maduro.
 
La vida es larga, el camino a veces duro. Los años pueden desgastar el amor y llenarlo de amargura, de resentimiento, de rencor que no se olvida. O puede ser, por el contrario, que la vida nos haga más de Dios, más hondos, más generosos.
 
El paso de los años nos permite crecer o menguar, madurar o seguir siendo infantiles, avanzar en santidad o quedarnos anclados en una vida mediocre.
 
El día de nuestra boda comenzamos una carrera, un camino sagrado, una aventura en la que Dios es nuestro guía y Padre. Lo sabemos, no vamos solos. Nada se logra sólo con nuestro esfuerzo, eso no basta. 
 
Somos frágiles. Contemplamos a María y decimos: Nada sin ti, nada sin nosotros. Miramos con un profundo anhelo, y a veces con impotencia, el ideal por el cual nos dijimos ese sí para siempre, para toda la eternidad. Notamos lo lejos que estamos de lo que soñamos. Pero no nos desanimamos, queremos más, siempre queremos más.
 
Queremos que en nuestro amor se vea la luz de Dios. Que puedan decir los que nos miran: mirad cómo se aman. Queremos dar paz a muchos. Queremos que nuestro hogar sea hogar para tantas personas sin hogar. Que nuestro amor sea fecundo. En hijos propios, en hijos espirituales, en vida de la que muchos puedan vivir.
 
Sí, la fecundidad es de Dios, la semilla siempre es nuestra. Nosotros sólo sembramos. El fruto es suyo. Nuestro es el sí que nos damos cada día. De Dios es el sí con el que nos bendice cada mañana.
 
Nuestro sí primero, el del primer amor, se ha de renovar cada mañana, cada noche, a cada hora. En momentos de luz y en momentos de oscuridad. En días de Tabor, cuando lo vemos todo claro y en días de Calvario, cuando el cielo parece oscurecerse.
 
Es el sí primero, el de la fidelidad a nuestra vocación. Ese sí a veces trémulo y vacilante, ese sí que se hace roca al descansar en Dios.
 
Sabemos que sólo cuando vivimos cerca de Dios, de la fuente de vida, tenemos una luz diferente. Nuestra forma de vivir, de mirar, de hablar, de amar, refleja el amor de Dios.

Que al mirarnos como esposos veamos a Jesús el uno en el otro. Que al mirarnos los otros vean a Jesús en nuestro amor. Sólo será posible si estamos unidos a Él. Es un misterio. Surge algo especial a partir de su presencia en nuestra vida. Nuestro amor humano se hace divino. El corazón se llena de vida y esperanza. Vale la pena dar la vida por amor.
 
Jesús quiere encarnarse en nosotros, en nuestra unión conyugal, a través de nuestro amor tan limitado. 

Conoce los 5 signos del Matrimonio


matrimonio
A lo largo de la historia el sacramento del Matrimonio se ha enriquecido con diversos 
signos. Cabe aclarar que ninguno de ellos es obligatorio ni su ausencia invalida el 
Matrimonio ya que éste se cumple cuando se ha hecho constar que se hace libre, 
voluntariamente, que no existe ningún impedimento, y cuando los contrayentes han 
hecho las promesas o votos.

Uno de los primeros signos utilizados fue la alianza o anillo que se usaba 
ya en el ambiente romano o judío como signo de contrato.Es interesante mencionar 
que en un tiempo, el hombre entregaba a la esposa el anillo, pero no como adorno, 
sino como sello, ya que con él se sellaban las arcas y cajones que contenían las 
despensas y provisiones y, así, se evitaba que los esclavos los robaran. Esto significaba
 que el esposo entregaba el menaje a la esposa y, por lo tanto, no se utilizaban las arras. 
El cristianismo lo convirtió en signo de fidelidad. En el siglo I era de hierro y no llevaba 
piedra, pero en el segundo ya era de oro.

Cuando el anillo dejó de ser un sello surgió la necesidad de un signo que representara la 
obligación del hombre por ofrecer el patrimonio y sustento del hogar y, al mismo tiempo, 
la responsabilidad y cuidado de la mujer para que éste se utilizara en forma responsable.
Inicialmente se usaron monedas de uso corriente que después se convirtieron en 
las arras actuales, con ningún valor económico y sólo simbólico. Y, lamentablemente,
 el pensamiento mágico y supersticioso de los vendedores y el poco pensamiento crítico 
de los compradores han hecho que sean trece. Actualmente esta tradición no refleja la 
realidad ya que, en muchas ocasiones, también la mujer se encarga de conseguir el 
patrimonio y el hombre de conservarlo.

En cuanto al lazo, es interesante mencionar que es una tradición propia de México 
derivada de los rituales prehispánicos de matrimonio en donde el sacerdote anudaba
 el calzón del hombre al huipil de la mujer para significar su unión. Los primeros 

misioneros utilizaron su estola y posteriormente se fabricaron lazos de diversos materiales.

La costumbre del vestido blanco en las bodas es relativamente moderna. En los
 orígenes del cristianismo no había un color preferido para la ceremonia. En Roma era 
muy utilizado el color naranja. Se evitaba el color negro, utilizado en ceremonias de duelo y, 
el rojo, relacionado con las prostitutas. A partir del siglo XIX el color blanco se hizo muy 
popular debido a que, en 1840, la reina Victoria eligió ese color para su enlace con Franz 
Karl August Albert Manuel von Sachsen-Coburg und Gotha, mejor conocido como Alberto 
de Sajonia-Coburgo. La fotografía oficial de la boda se difundió a tal grado que se impuso 
como moda nupcial y, algunos grupos religiosos, comenzaron a darle el sentido de pureza
 o virginidad. Sin embargo, en las regiones de India o China algunas novias eligen el color
 rojo por su significado de prosperidad o buena suerte aunque, por influencia occidental, 
muchas mujeres también se casan de blanco.

La cauda o cola comenzó a significar la fecundidad y descendencia de la pareja. 
Como para las mujeres era regla entrar a la iglesia con la cabeza cubierta, el velo de la
 novia cubría su cabeza, pero también el rostro. Y, en algunos rituales, la novia está velada
 hasta que el esposo le descubre el rostro como signo de que solo él tiene el derecho de 
conocer la intimidad de su mujer. Actualmente el color blanco también se utiliza en segundas
 nupcias o aunque no se haya conservado la virginidad. La Iglesia no lo exige.